lunes, 5 de diciembre de 2016

Signos

No puedo ver nada. Me duele la cabeza. Noto varias zonas de mi cuerpo como si tuvieran alfileres clavándose en la piel. Todo está oscuro y no huele bien. No sé dónde estoy. Tampoco cómo llegué. O sí...

Recuerdo luz, mucha luz. Y gritos. ¿Eran gritos de alegría? Risas. Sí, había risas, risas fuertes y sonrisas grandes mostrando dientes blancos y perfectos. Una casa en el campo, dos perros enormes corren a saludarme moviendo sus colas alegremente. Está anocheciendo. Una voz pronuncia mi nombre. Entro en la casa dejando fuera a los perros tras acariciarlos saludándolos también. Un portazo. Un copa de cristal que se rompe en mil pedazos al caer al suelo. Un grito ahogado. Oigo mi propia voz pronunciando un nombre en voz baja. Un "no" susurrado. Un golpe sobre una superficie de madera. Otro portazo.

Me duele la cabeza.

Parece que empiezo a ver algo. Estoy en un garaje lleno de herramientas perfectamente colocadas en tablas sobre la pared. La única luz que hay es la que entra por las pequeñas ventanas que rozan el techo del lugar, aunque es luz nocturna, es de noche. Sigue oliendo mal, aunque no sabría decir a qué. Mi cuerpo sigue soportando las punzadas que los imaginarios alfileres me provocan. Mi cabeza parece que fuera a estallarme. Sigo en posición horizontal boca arriba sobre el suelo y giro levemente la cabeza de un lado a otro para contemplar el lugar y lograr averiguar qué sitio es este. Hay telarañas en las esquinas del techo, son pequeñas y se mueven con la brisa que imagino que entrará por alguna de las ventanas.

Me duele la cabeza.

Muevo una de las manos y noto algo entre los dedos. Consigo mover el brazo derecho para acercar la mano a mi cara y poder ver de qué se trata. Cuando lo consigo, reprimo un grito y me incorporo sentándome a la velocidad de un rayo. Contemplo mis dos manos ahora, ambas están manchadas, las dos están llenas de sangre. Empiezo a temblar mientras mi respiración y mi frecuencia cardíaca se elevan de manera simultánea. Mi vista va en todas direcciones tratando de encontrar alguna pista sobre lo que ocurre. Mi cuerpo no muestra signos de estar herido. Tampoco parece haber nada a mi vista que me dé alguna solución para este enigma. Me pongo en pie al fin y me doy la vuelta. Ahí es cuando veo algo. Todo el rato ha estado detrás de mí. Me acerco sin dejar de temblar y jadeando por la dificultad respiratoria debido a la situación de ansiedad en la que me encuentro. Mis piernas tiemblan mientras me agacho y temo que me hagan perder el equilibro. Acerco una de mis manos al cuerpo que tengo delante de mí, que no se mueve, ni respira, ni emite calor alguno. Coloco mi mano sobre la espalda de la figura y hago un movimiento suave para girarlo hacia mí y verle la cara al sujeto. Salto hacia atrás en cuanto lo hago, llevándome las manos a la boca con gesto de horror.



Desde fuera, en mitad del silencio nocturno, se oye un ensordecedor grito.