martes, 31 de octubre de 2017

Pesadillas

De repente la luz se marcha para dejar paso a la oscuridad.

Se suceden distintos escenarios, a cada cual más extraño. No hay rastro de vida humana. En algunos escenarios puede notarse una brisa muy fría, provocando que mi cuerpo se estremezca. En otros escenarios no hay brisa, no hay aire, prácticamente cuesta respirar. Es imposible conocer el tamaño del espacio en el que me encuentro. Algunas veces siento agobio, otras veces respiro amplitud.

¿Oigo algo? Algunas cosas. Puedo oír el sonido de aves nocturnas, agua, el murmullo de las hojas de los árboles mecidas por el viento. Oigo susurros, lamentos y respiraciones. A veces si soy yo misma la que genera esos ruidos. Ya no sé si respiro o toso, si lloro o río. No soy consciente la mayoría del tiempo de lo que hago. Creo dar pasos hacia delante, pero nunca avanzo. Alguna vez he intentado correr pero no me he movido del sitio. O eso creo.

Cuando empiezo a acostumbrarme al escenario en el que me encuentro y a la oscuridad que lo cubre, cambio nuevamente de lugar. Al principio creía que tenía un destino concreto pero hace tiempo que dejé de pensar así. Ya no recuerdo cuánto tiempo llevo sumida en esta oscuridad. No sé si estoy viva o muerta, si soy joven o vieja. No sé si habrá alguien conmigo, observándome en silencio o gritándome y sin poder oírle yo. Tampoco sé si hay alguien en algún lugar que me eche de menos. Alimento mi alma suponiendo que hay alguien tratando de encontrarme. Sin embargo mi alma cada vez tiene menos fuerza, exactamente igual que yo. Mis fuerzas físicas hace tiempo que dejaron de existir, si es que alguna vez existieron. Mis piernas no me responden, mis manos no son capaces de llegar hasta mi rostro para tocarme la frente. De vez en cuando humedezco mis labios pasando mi lengua sobre ellos. No tengo sed, no tengo hambre. No siento calor, no siento dolor. Únicamente noto el frío cuando una brisa de viento helado me golpea. Y miedo.

Si hay algo por lo que me caracterizo es por el miedo. Es lo único que me identifica. Tengo mucho miedo. El miedo me paraliza, me golpea, me invade. Estoy llena de miedo desde el cuero cabelludo hasta la punta de los dedos de mis pies. Podría decirse que llevo ahora el apellido del miedo.
Y me encanta.

Al principio sufrí mucho, puedo recordarlo vagamente. El miedo llegó hasta mí poco a poco, haciéndose hueco en silencio. Hasta que un día penetró en mí violentamente y ese fue mi final y su comienzo.
Sin embargo, me he acostumbrado a él. Es parte de mí, de quien soy. Ya no sé ser sin miedo, lo necesito para seguir vagando. Ahora es como si el miedo fuera yo misma. Como si el miedo fuera yo.




Un estruendoso grito en el silencio de la noche. Una persona despierta de un salto en su cama. Está empapada en sudor, temblando y con la respiración muy agitada. Alguien a su lado le acaricia el brazo y le susurra al oído:

- Tranquila, cariño, sólo ha sido una pesadilla.