jueves, 9 de mayo de 2019

La dulce espera

Esta entrada es especial por varios motivos. Principalmente porque no es lo que suelo escribir en el blog y seguidamente porque fue la antesala a mi cambio drástico de vida.

Ni que decir tiene que esto es totalmente personal, entiendo que en el mundo hay de todo y que hay mujeres que tienen más suerte que yo y otras que menos, mujeres que viven las cosas cada una de una forma distinta.


Un mes de mayo, sin previo aviso mi cuerpo decidió que había llegado el momento de vivir una nueva experiencia. Semanas después me hacía un test de embarazo, (bueno, en realidad me hacía tres) con una parte de mi cabeza diciendo "no puede ser, es muy pronto", que daba positivo. Lo hice a lo loco, yo sola y en mi trabajo y con el positivo bien grabado en la retina empecé a temblar. Si alguien se lo pregunta, sí, era buscado, pero digamos que veía lejano el momento hasta que el dichoso test me dio una gran bofetada de realidad en todos los morros. Una vez pasado el shock inicial ya estaba contenta (y por qué no decirlo: acojonada también) y pasé un fin de semana con ilusión, con energía y con una sensación de felicidad que no sé muy bien describir. 

Ilusa de mí que creí que el resto de los nueve meses que me quedaban serían igual de maravillosos. ERROR.

El embrioncito (así fue como el médico de urgencias se refirió a él) decidió ese lunes intentar irse de mi útero, el muy canalla. Tras el leve susto inicial dieron comienzo los peores meses (y no estoy exagerando o solamente un poco quizá) de mi vida hasta ahora. 

Iniciamos con un estupendo mes y medio de reposo en casa. Os pongo en situación: reposo en casa, un cuarto sin ascensor y último piso del bloque, Madrid, VERANO. De repente, encontrándome aún bien (o lo que es lo mismo: desaprovechando los pocos días en los que iba a encontrarme bien hasta 8 meses después) me vi encerrada en casa con la única compañía de mi perro. Mención especial a mi perrete suave porque de no ser por él me hubiera tirado por la ventana. No se separó de mí desde entonces hasta que me fui al hospital con contracciones de parto. Jamás podré agradecerle suficiente todo eso.

Pues bien, hasta pasados unos días del inicio del reposo no tenía más problema. Sí tenía otros síntomas del embarazo pero no vienen al caso. Sin embargo, llegó el fatídico momento en el que apareció la primera arcada. Náuseas que empezaron así sin mucho alboroto pero que iban a suponer el maldito alfiler en el ojo de los meses que me quedaban.

Hasta el día antes del test positivo, entrenaba cinco días a la semana, entrenamientos de verdad, nada de pasearme por el gimnasio con ropa deportiva. Y desde entonces no volví a entrenar porque me lo prohibieron: otra de las maravillosas cosas que me sucedieron en el embarazo. Podía (y debía y lo hice) caminar mucho, y ya los dos últimos meses también asistí a unas clases especiales para embarazadas.

Cuando la barriga empezó a crecer resultaba bonita, tierna y me hacía ilusión verme embarazada. Una vez me vi con la barriga en su máximo esplendor ya había tenido suficiente. Me miraba en el espejo y no podía creerme que alguna vez todo volviera a la normalidad. Y mis náuseas seguían ahí, acompañándome cada día de esta maravillosa experiencia que dicen que es la maternidad...

Los dos últimos meses me sentía tan agotada y tan frustrada que solo deseaba que los días pasaran rápido y llegara pronto el día del parto. Empezaba a pensar que no iba a dejar de tener náuseas nunca más, que me acompañarían el resto de mi vida las horribles arcadas que estaban a mi lado cada día. Y me acompañaron hasta una semana después de parir, las muy canallas.


Y de pronto un día, un poco pasada la fecha de salida de cuentas, empecé con contracciones. Al principio eran dolorosas pero soportables, yo estaba tan feliz que pasé el día de antes de parir jugando a la videoconsola. Estaba feliz por acabar el embarazo ya de una vez y conocer a la personita que iba a robarme el corazón con sus preciosos ojos. Pero entonces las contracciones cesaron y yo rogué que no hubiera sido una falsa alarma. Horas después, justo en ese momento del día en el que por fin podía meterme en la cama a dormir y que pasaran muchas horas rápidamente y sin darme cuenta, vinieron de nuevo y a gran escala. El dolor era insoportable y yo no hacía más que pensar en negativo: no estaba dilatando, ese dolor era el principio del horror, se iba a prolongar muchas horas aquel sufrimiento porque no era aún el momento,... Pero me equivocaba. Cuatro horas después me decían en urgencias que me trasladaban a paritorio porque estaba suficientemente dilatada para quedarme, y fue entonces cuando como por arte de magia, las contracciones se hicieron totalmente soportables y aquel día se convirtió en unos de los más emocionantes, entretenidos y felices de mi vida.


Y, para terminar, voy a dejar claro que todas las cosas que me decían NO se han hecho realidad:

1. Echarás de menos la barriga. ¡já! Estoy feliz de no tener esa enorme barriga redondeada pesándome y haciéndome los movimientos más difíciles.

2. Preferirás los días en los que el bebé estaba dentro y no fuera. Rotundamente no. El sueño acumulado, el cansancio y el enorme trabajo que conlleva un bebé es infinitamente mejor que estar embarazada. Al menos tienes algo a lo que dar besos y mirar con cara de embobada...

3. Te acordarás de lo bien que duermes embarazada en lugar de con un bebé. Mentira. Dormir con la barriga era mucho más molesto que un bebé al lado, las horas se ven truncadas pero con la barriga, los movimientos del bebé y demás no se duerme igual de bien.

4. Cuando estás embarazada estás más guapa. ¿De verdad? Porque yo me miro en el espejo y me veo infinitamente mejor después de dar a luz, la barriga no es nada favorecedora.

5. Echarás de menos estar embarazada y sentir a tu bebé. Si la barriga no la echas de menos, ¿por qué ibas a echar de menos notar las patadas en tu interior que incluso a veces eran dolorosas si ahora hay una cosita linda que huele a gloria y que las patadas ahora las pega al aire cuando está riéndose contigo?

6. El embarazo es lo más fácil. ¿En serio? ¿Qué clase de monstruo tuvo como hijo/a quién dice esta frase? Vale que cuidar, alimentar y criar un hijo no es un camino de rosas, pero como digo siempre: tiene recompensas, el embarazo no tiene recompensa, o al menos no inmediata.

7. El embarazo es la etapa más bonita que vas a vivir. Por favor, permitid que guarde silencio y solamente ría de soberana estupidez.

8. Cuando tienes a tu bebé ya se te olvida todo lo malo que hayas pasado en el embarazo. Mira no, no se te olvida. Lo guardas bien escondido en tu memoria para no recordarlo nunca, a ser posible, pero no se olvida, ni veas a tu bebé, ni tu bebé te cante por bulerías nada más nacer...



¿Que merece la pena? Rotundamente sí. Pero no creemos falsas expectativas a la gente, por favor.


domingo, 5 de mayo de 2019

Día de la madre

Hasta hace muy poco este día para mí no significaba mucho. Solamente podía dar las gracias a  una madre con cuerpo de hombre. Sin embargo, de un tiempo a esta parte he conocido a alguien nuevo, especial, que me ha hecho replantearme cosas que tenía bien escondidas dentro de mí.

He asumido responsabilidades y he empezado a hacer los primeros de los muchos sacrificios que me quedan todavía por esta personita que hace poco llegó a mi vida. Y lo que más me llama la atención es que sé que sería incapaz de hacerle daño a propósito ni desearle nada malo. Jamás.

Mi corazón no puede entender (y mi cabeza no es capaz de tratar de explicárselo) cómo podría llegar a sentir envidia si le sucediesen cosas buenas, si consiguiera sus sueños, si tuviera buenos amigos, si encontrara un amor bueno, en definitiva, si fuera feliz. De hecho, esos son mis objetivos, mi propósito final, incluso cuando coja las riendas de su propia vida: que sea feliz. No sería capaz de mirarla a la cara y decirle que la odio, principalmente porque sería mentira. Me sería imposible usar mi mejor arma para causarle daño alguno. Y, sobre todo, no creo que pudiera desear que algo malo le pasara.

No es la primera vez que alguien me provoca pensar aquella frase típica de "su felicidad es la mía", y puedo asegurar que si nadie ha sentido eso alguna vez se está perdiendo uno de los mejores sentimientos que se pueden experimentar. El dolor, el sueño, el cansancio, la desesperación, la energía, las fuerzas. los ánimos,... todo lo que haga falta sacrificar para conseguirlo. Y que no pese, hacerlo con ganas y con ilusión.

Siempre he creído en los milagros, pero aún hoy soy incapaz de hacerme a la idea de que hay un milagro que he creado yo. Mirar su carita y saber que podría estar horas haciéndolo. Ver cómo crece y saber de su necesidad de mí (de nosotros) para seguir haciéndolo. Llenar habitaciones con su sonrisa. Perderme en sus ojos. Sentir que agarrarse a mi mano es todo lo que necesita para saber que todo está bien, que todo va a ir bien. Ser su todo y corresponderle. Hacerla feliz. Siempre.