sábado, 31 de marzo de 2018

Princesa, que te vaya bien

Me encuentro al fondo del pasillo, apoyando mi hombro derecho contra la pared y con las manos en los bolsillos. No puedo dejar de mirarte porque creo que jamás te he visto tan preciosa. Hasta esa sonrisa que luces hoy brilla distinta. Me muero de ganas de acercarme hasta ti y hacerte ver que estoy aquí, que no me he ido todavía.

No sé si aún sentirías ese pellizco en el estómago si te cruzaras con mis ojos. Quizá temblarías de nuevo si nos encontráramos en aquel parque, junto aquel árbol, esta vez siendo yo quien te entregara aquella rosa. Prefiero que pienses que no te he olvidado y que nunca lo haré porque significaste mucho para mí. Pero es posible que fuera una gran mentira. Quedémonos con aquellas primeras veces, las manos entrelazadas y los besos fugaces. Recordemos siempre aquellas miradas, las prisas, los escondites, las mentiras piadosas y las vergüenzas. Las noches sin dormir, las cosas que nunca nos dijimos y las palabras que ya jamás nos dedicaremos.

No olvides mirar atrás de vez en cuando para ser consciente de que el camino andado ha merecido la pena. Recuerda que estás cumpliendo sueños, y que no vale la pena recordar quién te ayudó porque tú sola lo conseguiste. Agradece todo lo dado pero no renuncies a tu valía. Perdona a quien no supo quererte y valora a quién supo hacerlo.

No te olvides de ellos, de los que te dieron la vida que te faltaba cuando todo se desmoronaba. Aquellos que nunca abandonaron y que supieron sacarte una sonrisa cuando más falta hacía, los mismos que te dieron fuerza mientras tus lágrimas se derramaban. Los mismos que llenaron tu vida de color.

Te pido que no llores, al menos no por mí, porque no me lo merezco. Te ruego que vivas, que rías y que seas feliz, porque tú sí que te lo mereces. Busca siempre esas manos que te dan la fuerza, disfruta de esos labios que sellas cada noche con tres besos, siente con ganas los abrazos que te llegan hasta el alma. Mira esos ojos y siente brillar los tuyos, utiliza sus palabras para seguir volando y no tengas miedo de caer porque sus brazos siempre van a sostenerte.
Y ámale, porque nadie más que él se lo merece.

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