jueves, 17 de febrero de 2022

Al fondo de un pasillo de hospital

Recuerdo cuando llegó el momento de decidir si ir o no. En mi mente estaba la obligación de acudir, mi sentido de la responsabilidad me lo decía. Mi corazón a esas alturas ya no tenía nada que decir al respecto. Él se mantenía callado desde hacía mucho tiempo cuando tenía que ver con eso. No lo pensé mucho, dije que sí y tiré hacia delante con ello.

Mis pasos me llevaron hasta aquel hospital. Nunca pensé realmente en lo que podía encontrarme. El hospital no me asustaba, me sentía bien rodeada de sanitarios, máquinas que pitan, pasillos con habitaciones, controles de enfermería, y ese olor tan característico que tienen esos lugares. Aquel no me era conocido, pero al fin y al cabo, todos son iguales en lo importante. Recorrí el pasillo algo nerviosa, como casi siempre que estoy en un lugar por primera vez. 

Entré en la unidad de cuidados intensivos. Y aquí los recuerdos empiezan a ser borrosos. No recuerdo si fui yo quién dio los datos, si pregunté algo o no, si me dieron algún tipo de información. Pero jamás olvidaré el momento de entrar en aquel box. Una sola cama, máquina de ventilación mecánica, pie de suero con varios colgados y abiertos, bombas de infusión, cables por todos lados. Sondas que tenían entrada y salida en tu cuerpo, la ropa de cama te tapaba hasta los hombros. El sonido del respirador. Ese murmullo continuo de aquellos artilugios de los que dependías. Aquella luz, típica de un lugar así, que no hacía sino aportar aún más decadencia a aquella escena. 

Y, finalmente, ahí estabas tú. Tu cuerpo. Aquel que conocía tan bien. Toda una vida conociéndolo, viviendo a su lado. Hacía muchísimos años que no me abrazaba a él, pero era el mismo, tu recipiente. Y en ese momento, la vista se me nubló. Eran lágrimas. Mis ojos se habían llenado de lágrimas sin esperarlo, sin saber muy bien por qué, después de tanto tiempo, de tantos años, de tantas miserias. Aquellas lágrimas no te las merecías.

Fue entonces cuando comprendí que aquellas lágrimas no eran para ti, sino para mí. Porque después de tanto tiempo, de tantos llantos, gritos, golpes y rotos, estabas allí, de aquella manera. Lamentaba haberlo deseado alguna vez, pero no podía creer que hubiera pasado realmente. Pensé en la mala suerte que habíamos tenido, que nos perdimos una de las cosas más bonitas y de mayor sentimiento del mundo. Para nosotras, aquello de lo que la gente hablaba y habla, no se correspondió nunca con nuestra realidad. Vivimos sufriendo por un amor que nunca tuvimos, y que hoy, sé que nos merecíamos. Porque ese tipo de amor se lo merece hasta el ser más miserable del universo. A nosotras nos fue negado el amor, la experiencia, el calor, el apoyo, la confianza, la seguridad y, por encima de todo, la inocencia. 

La rabia me invadió entonces. Sufría por tener que estar allí, contemplando aquella escena triste, viendo el cuerpo que tu alma ya no ocupaba. Quería gritar por estar obligada a vivir aquello también, como tantas otras cosas. Deseaba que todo hubiera sido una pesadilla, despertar siendo una cría sin conocimiento ni habilidades y que todo hubiera sido distinto. Haber tenido aquello que nunca comprendí por qué no quisiste darnos. 

Allí, entre mis lágrimas, recibí un abrazo. Un abrazo que sentí mío, que sabía real, que me merecía después de tanto tiempo. Y, como en tantas otras ocasiones, no vino de tu parte. Pero es un abrazo que agradeceré eternamente. 

Salí de allí sabiendo que no volvería, había sido suficiente. No sabía lo que pasaría después, pero era consciente de que aquello había sido una "predespedida", que estaba a punto de cerrar el ciclo más horroso de mi existencia, y que cada vez faltaba menos. 

Ojalá hubieras sido distinta, ojalá todo lo hubiera sido. Ojalá no pudiera escribir esto. 

No hay comentarios :

Publicar un comentario