lunes, 27 de marzo de 2017

Ni en el cielo, ni en el infierno

Sólo unos pasos se oyen en el silencio de la noche. Mis propios pasos avanzando lenta y decididamente por la escalera de metal. Sonrío imaginando tu nerviosismo a cada paso que doy, porque cada vez me acerco más y no tienes ni idea de lo que quiero.

He elegido una buena noche. La luna brilla en el cielo plagado de estrellas. Un silencio absoluto reina en el lugar en el que nos encontramos. Hace una noche de verano estupenda, de esas en las que podríamos quedarnos fuera tumbados en el capó del coche hablando de la vida. Pero bueno, vamos a hablar de la vida esta noche. Y de cuánto vale la tuya.

Estoy llegando a la puerta. Todo está a oscuras, pero me llega la luz de luna suficiente a través de las ventanas para conseguir meter la llave en la cerradura. Con un lento pero seguro movimiento de muñeca abro la puerta. Ahí estás, puedo sentirte aunque el espacio esté sumido en una total oscuridad. ¿Qué estarás haciendo? ¿Estarás intentando ver dónde estoy exactamente? ¿O tendrás los ojos cerrados? Me inclino hacia la izquierda hasta alcanzar el interruptor de la luz. En seguida, unos focos deslubrantes iluminan de blanco nuclear el lugar. Guiñas los ojos y parpadeas varias veces. La luz te ciega y no consigues verme aún con claridad. Tus manos siguen atadas y tu boca amordazada. Estás de rodillas en el frío suelo.

Sonrío y me acerco lentamente hacia ti. Conforme mis pasos avanzan intentas levantarte pero, en el momento justo, consigo hacer que vuelvas a posar tus rodillas en el suelo colocando mi mano derecha sobre uno de tus hombros. Emites un gemido y un suspiro. Paso un dedo por tu barbilla y hago que levantes la cabeza y me mires. No me gusta lo que veo, no hay miedo en tus ojos, no hay duda, no hay temor de ningún tipo.

- ¿Te has resignado? - Dejo de tocarte y me coloco delante de ti, apoyando mi trasero en un bidón oxidado. - No puedo creer que te dejes vencer tan rápido. No voy a permitir que lo hagas. No mientras yo siga condenado. Y, no sé si eres consciente, de que voy a estar condenado para siempre.- No dices nada, ni emites sonido alguno. Hago una pausa. - Quizá debiera ser más duro contigo. A lo mejor debiera ser tan duro como mi vida lo está siendo ahora para mí. Igual el ojo por ojo aquí podría funcionar. ¿Qué me dices? - Nada, me miras sin que ni una sola emoción asome en tu rostro. - Parece que has olvidado que aquí ahora mando yo. - Me levanto y comienzo a caminar a tu alrededor. - ¿Sabes? Había vuelto a ser feliz. Después de todo lo que pasé había vuelto a soñar con estar vivo, con vivir para siempre. Volví a creer que la felicidad lleva a su lado un nombre de mujer. Volví a disfrutar de la libertad, del "para siempre". Pero qué infeliz me volví de repente. Se desarmó todo de golpe, y los pedazos que cayeron al suelo rompiéndose para siempre llevaban tus huellas. Y ahora, que por fin te tengo aquí delante, con tu cuerpo y tu alma perteneciéndome te lo voy a hacer pagar todo. - Hago una pausa y dejo de caminar delante de tu cara. - ¿Te he dicho antes qué íbamos a hablar del precio de tu vida? En realidad no, tu vida no vale nada, tu vida es sólo mierda acumulada en una alcantarilla. Y esa vida tuya es la que me pertenece ahora. ¿Cuánto crees que podrías pagar a cambio de que te la devuelva? - Me agacho hasta estar frente a ti y retiro la cinta que cubre tu boca. Nos miramos fijamente tanto tiempo que podría dibujar cada uno de los detalles de tu rostro. Y, cuando creo que no vas a decir nada, que de ti solamente voy a seguir obteniendo silencios, tus labios se separan y pronuncias una frase para la que no tengo respuesta.

- No puedo pagar por algo que no existe desde que volví a permitir que el odio se apoderara de mí, incluso tras jurar que no volvería a dejar que me venciera.


No hay comentarios :

Publicar un comentario