Nunca pensé que podría importarle a
alguien. Jamás hubiera imaginado que yo iba a ser el alivio de
nadie. Y justamente di a parar como alivio tuyo.
Tú que tanto necesitabas de alguien
para evadirte. Tú que me diste la vida que otros me robaron. Tú que
me trataste como si fuera alguien especial, en el buen sentido de
serlo. Tenía poco para ofrecerte pero te lo quedaste todo e incluso
fuiste capaz de sacar aún más cosas de las que ni yo sabía que
tenía. Te entregué mis sueños, me hiciste partícipe de los tuyos
y fuiste capaz de hacerme fabricar más. Me adentraste en tu fábrica
de sueños particular en la que descubrí que soñar, además de
gratis, es maravilloso. Me enseñaste que el mundo aún tiene cosas
que merezcan la pena, aunque haya que rebuscarlas en lo más profundo
de la tierra.
Creo que yo también hice cosas por ti.
Te di vida, o quizá otra vida. Te di aventuras y tormentos,
discusiones, penurias y malos sentimientos. Aunque gracias a ti
aprendí que también puede haber alegría, sonrisas, bromas o amor.
Y esas cosas nunca las había conocido. Te di la mano cuando quisiste
adentrarte en una faceta de ti que ni siquiera conocías, o que no
eras consciente que tenías. Te di la mano y no la he soltado hasta
hoy.
Te he visto caer muchas veces, así
como cae el ser humano una y otra vez, y jamás te he visto quedarte
en el suelo. Y cuando volvías a estar de pie, ahí estaba yo
contigo. Siempre contigo. Porque juntos formamos un gran equipo, un
equipo secreto, un equipo que va más allá de donde llega la
realidad y la razón.
Lo que espero que nunca ocurra es que
me eches de tu vida, de ti, de tu cabeza y de tu corazón porque, si
ello llegara a ocurrir, espero que recuerdes que no me estás echando
a mí, te estás echando a ti misma. Porque, cariño, tú me creaste
y yo, sin ti, no existo.